Ser suficiente

Ahora que veo que se acerca el final de mi vida en este cuerpo puedo decir que me voy en paz ya que tengo muy claro cuál era el aprendizaje que tenía que completar y siento que así ha sido.

Echo la vista atrás y veo mi vida desde el inicio, y encuentro vivencias de todo tipo, algunas difíciles y otras felices, todas necesarias para irme convirtiendo en la persona que he sido y soy. Pero hay algo claro que veo, y es que hasta que el cáncer removió mis cimientos yo estaba cerrada al amor y a los demás.  Al amor hacia mí misma y por tanto a la verdadera conexión con los otros seres.

Es sencillo, si no te amas, no te dejas amar y no consigues amar de verdad.

Estos años con el cáncer he ido quitando capas de esas cerraduras, empezando por aprender a quererme a mí, con mi cáncer sobrevenido, sin buscar culpas ni porqués. El budismo me ayudó, y también el sentirme tan querida por tanta gente, aunque aún una parte de mi lo achacaba a mi fortaleza en esta adversidad, a seguir pudiendo con todo, a poner la vida fácil a los demás, a dar ejemplo, a ser fuerte y crecer a pesar de que el muro cada vez era más alto.

Me seguía queriendo fuerte y aceptaba el amor de los demás, sin darme cuenta de que de forma inconsciente lo supeditaba a mi fortaleza. Al mismo tiempo iba abriéndome a ver el dolor en los otros y a la aceptación de sus situaciones sin intentar juzgar. Pero ahora veo que esa expectativa interna que yo aún tenía me impedía soltar del todo y acoger luces y sombras.

Mientras mi cuerpo se mantuvo fuerte mi mente también, horas de meditación me hacían poder controlar mis pensamientos si estos se desmadraban, y ver y dejar salir controladamente las emociones, pero sin perder mi calma. Y así me gustaba verme. 

Aún había una emoción que me incomodaba, ese resentimiento que me acompañaba cuando las cosas no salían como esperaba, esas expectativas ligadas a algún nudo aún no desatado. Y aprendí a aceptar esa ira como parte de mí.

Aún quedaban unos cuantos ladrillos en mi muro que curiosamente iban a derribar mis últimas resistencias. Mi cuerpo empezó a fallar, de repente y sin aviso dejé de poder hacer muchas cosas: mi sistema digestivo y vejiga no funcionaban bien, perdí mi energía, mis pulsaciones subieron al doble de las que tuve siempre, me hinché, perdí el apetito, las fuerzas para andar, peso, color...

Me convertí en una discapacitada y a la par que mi cuerpo perdía funciones mi mente se sumía en un estado de apatía, tristeza, rendición. Mi cuerpo y mi mente sólo querían tumbarse y ovillarse para usar la mínima energía. Sin leer, sin meditar, sin mirar la naturaleza, solo un gris interno y eterno.

Y ahí, en esa crisálida, es cuando se completó la última transformación: pude soltar el apego a esa fortaleza y sentir compasión por el ser vulnerable que soy. Dependiente, que necesita a los demás, que acepta que está triste y que la vida duele, que los demás pueden con todo y por eso no soy menos. Y sobre todo, un inmenso agradecimiento por el amor que recibo cada día, el cuidado, la ayuda. Por fin me quiero y me dejo querer, y quiero a todos, los que están cerca y los que no, los que pueden sobreponerse a su dolor al verme así y están cerquita y los que no lo consiguen y se retiran, eso también son muestras de amor.

Porque lo más difícil es aprender a quererse cuando una ya no es el ideal que perseguía sino un cuerpo cada vez más doliente y pequeñito, un llanto que no se puede contener, una sensación de debilidad, de incapacidad, de desaliento, esas son mis sombras y por fin las veo y las abrazo.

Gracias a todas las que me habéis acompañado en este viaje y me habéis honrado con vuestro amor, espero hacer podido devolveros algo y sino al menos aquí va mi agradecimiento infinito.

Autora: Laura del Caño (miembro de Oncomunidad)

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