El poder transformador de la música
La música ha sido utilizada desde tiempos antiguos como vía de expresión, consuelo y sanación. Hoy, cada vez más estudios confirman lo que muchos pacientes oncológicos ya intuyen: la música tiene un poder transformador sobre el cuerpo, la mente y las emociones. En el contexto del cáncer, donde el dolor físico y el malestar psicológico están tan presentes, el sonido puede ser una herramienta para reconectar con nosotros mismos y convertirse en valiosa compañía.
La música me acompaña desde los nueve años, edad a las que comencé a estudiar violín. Poco después se convirtió en mi profesión. Durante más de cuarenta años ha sido mi forma de expresarme, de relacionarme con el mundo y conmigo misma. Hoy, en medio de un proceso oncológico, esa relación ha cambiado.
Hay días en los que tocar me resulta realmente complicado. Los efectos secundarios de los tratamientos no me lo ponen fácil y aceptar esa realidad es todo un aprendizaje. Esa limitación me está descubriendo otra dimensión de la música: vivirla sin tantas exigencias técnicas, como un espacio de calma, compañía y reconexión conmigo misma.
La música en oncología: beneficios que sentimos y que la ciencia confirma
Numerosos estudios han demostrado los beneficios de la música en pacientes oncológicos, tanto en fases activas de tratamiento como en cuidados paliativos y procesos de recuperación. Entre ellos:
Disminución del dolor y de la necesidad de analgésicos.
Reducción de la ansiedad, el insomnio y la angustia emocional.
Mejora de la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la capacidad respiratoria.
Incremento del bienestar, la esperanza y la autoestima.
Estas experiencias pueden ir desde algo tan sencillo como escuchar una melodía que emocione, realizar un a sesión de musicoterapia clínica, hasta asistir a sesiones de escucha consciente o conciertos en vivo.
El lenguaje de la música
Más allá de lo emocional, la música tiene una dimensión física y técnica que explica parte de sus efectos:
La vibración y la resonancia: los instrumentos transmiten ondas que recorren el cuerpo como un “masaje interno”. Los graves aportan calma; los agudos despiertan energía.
El ritmo como sostén: el cuerpo tiende a sincronizarse con un pulso externo, lo que ayuda a estabilizar la respiración y reducir la ansiedad.
La melodía y la memoria: escuchar ciertas melodías puede evocar recuerdos que aportan esperanza, identidad y sentido, ofreciendo un respiro frente al peso del proceso oncológico.
La armonía y las emociones complejas: los acordes mayores invitan a la apertura; los menores, a la introspección. Incluso la disonancia ayuda a expresar lo incómodo antes de encontrar alivio en la resolución.
El silencio como parte de la música: no es ausencia, sino espacio. Las pausas invitan a respirar y a volver al presente.
¿Por qué es beneficiosa la música en oncología?
Porque no pasa por el filtro del pensamiento. Las palabras se analizan y se procesan, pero la música va directa al sistema límbico, donde habitan nuestras emociones más profundas.
Como dice Stefan Koelsch: “La música puede modificar estados internos sin intervención verbal, permitiendo procesos emocionales profundos que son difícilmente accesibles desde lo cognitivo.”
El poder del sonido para bajar de la mente al cuerpo
Uno de los efectos secundarios más comunes del cáncer es el exceso de pensamiento: preocupaciones médicas, decisiones difíciles, miedo al futuro, agotamiento mental. La mente se activa de forma defensiva, pero el cuerpo queda muchas veces olvidado, disociado. La música —especialmente cuando se escucha en directo— permite salir del estado rumiativo y conectar con sensaciones corporales sutiles: respiración, vibración, latido.
Una de sus claves es que no necesita explicación para ser efectiva. En lugar de exigir comprensión, invita a escuchar desde el cuerpo, a sentir en el momento presente, a dejarse afectar sin buscar respuestas. Es una vía para soltar el control sin perder la conciencia.
Más allá de la enfermedad
La música no cura el cáncer, pero sí puede facilitar procesos de sanación emocional, acompañar el dolor, sostener lo inexplicable y ayudar a resignificar la propia experiencia vital. En pacientes oncológicos, el sonido se convierte en una herramienta de conexión.
No sustituye los tratamientos ni cambia un diagnóstico, pero transforma la forma de vivir cada etapa del proceso. Favorece la relajación, ayuda a reducir la ansiedad, mejora el ánimo y, sobre todo, ofrece un espacio para sentir y expresarse sin necesidad de palabras.
El psiquiatra Bessel van der Kolk lo explica así: “El cuerpo lleva la cuenta. Y la música puede acceder a memorias emocionales que la mente ha aprendido a silenciar”.
En Japón existe una palabra, Komorebi que describe la luz del sol filtrándose entre las hojas de los árboles. No es solo una imagen: es la sensación de algo bello que aparece en medio de la sombra.
Para mí, la música en muchos momentos se parece a ese instante. No elimina la oscuridad, pero deja entrar destellos que hacen el camino más habitable.
Si atraviesas un proceso oncológico —o acompañas a alguien que lo vive— quizá sea el momento de abrirte a sentir cómo la música puede formar parte de tu cuidado diario. A veces basta un acorde para recordar que la luz sigue ahí, aunque sea entre las ramas.
Autora: Nuria Félix Montoya (miembro de Oncomunidad)